SIDA en las Américas: entre los avances que salvan vidas y las heridas que aún no sanan
Cada 1 de diciembre, el mundo conmemora el Día Mundial del SIDA, instaurado en 1988. Esa fecha —más que simbólica— exige una pausa colectiva para reconocer cuánto se ha avanzado, pero también para reflexionar sobre cuánto falta, sobre todo en las Américas.
En Estados Unidos, según fuentes oficiales (datos a cierre de 2022): unas 1.2 millones de personas de 13 años o más viven con VIH. Entre ellas, aproximadamente un 13 % (alrededor de 158 000 personas) ignoran su condición, lo que revela la urgencia de fomentar pruebas y detección temprana.
Mientras tanto, en la región de América Latina y el Caribe, los números señalan situaciones diversas y desafiantes. Se estima que en 2024 vivían con VIH cerca de 2.8 millones de personas en toda la región.
De ese total, aproximadamente 2.5 millones residen en América Latina específicamente.
Durante 2024 se registraron unas 120 000 nuevas infecciones en América Latina.
En cuanto a mortalidad relacionada con el SIDA, la cifra anual ronda las 27 000 muertes en América Latina.
Las estadísticas podrían sugerir que vivimos un período de avances —y en muchos sentidos lo son—, pero también muestran con claridad que la epidemia no está superada. En América Latina, por ejemplo, las nuevas infecciones han aumentado un 13 % entre 2010 y 2024.
Estos datos exigen una lectura seria: no basta con celebrar los tratamientos o los logros médicos. Debemos mirar con honestidad dónde estamos fallando: en prevención, en pruebas, en equidad.
El Día Mundial del SIDA —creado como un llamado a conciencia global— sigue siendo necesario. Recordar es un acto de justicia hacia quienes viven con VIH, enfrentan estigma, desigualdad, riesgo de diagnóstico tardío, interrupciones en tratamientos y exclusión social.
Los avances médicos —tratamientos antirretrovirales, terapias eficaces, desarrollo de herramientas preventivas— han transformado la vida de muchas personas. Pero los riesgos siguen siendo reales: falta de diagnóstico, desigualdad en el acceso a atención, problemas de cobertura, prejuicios sociales.
En 2025, cuando muchas sociedades se sienten modernas, es un agravio moral permitir que millones permanezcan marginados, silenciados, invisibles. La lucha contra el VIH debe mantenerse —no como episodios aislados, sino como una política permanente de salud pública, derechos humanos y dignidad.
Hoy, más que nunca, el SIDA en las Américas exige memoria, acción y solidaridad. No basta con mirar los logros: tenemos que redoblar esfuerzos para cerrar las brechas, garantizar tratamiento universal, fomentar pruebas tempranas y erradicar el estigma. Cada cifra —cada persona— cuenta.



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