Brainrot: la podredumbre digital que amenaza a una generación

 


Por Leudy Espinal 


Hay una palabra que circula con fuerza entre los más jóvenes en redes sociales: brainrot. Suena exagerado, incluso grotesco. Pero detrás de esta jerga que podría parecer inofensiva se esconde una realidad preocupante: la saturación de contenido trivial en internet está afectando seriamente nuestra capacidad de pensar, concentrarnos y aprender, especialmente entre los más jóvenes.


El término, que podríamos traducir como "podredumbre cerebral", no tiene aún una definición médica. Pero la Universidad de Oxford la eligió como palabra del año 2024. La definió como el supuesto deterioro del estado mental o intelectual por el consumo excesivo de material trivial. En pocas palabras, es lo que pasa cuando pasamos horas viendo videos vacíos que no aportan nada y, sin darnos cuenta, nos sentimos mentalmente agotados… o peor: estancados.


Infancia en pantalla: un desarrollo a medias


Los niños pequeños no están preparados para procesar la avalancha de estímulos que ofrece TikTok, YouTube Shorts o cualquier plataforma de videos cortos. Sus cerebros aún están desarrollándose, y necesitan experiencias del mundo real para aprender a interactuar, resolver problemas o construir empatía.


Los estudios indican que los menores aprenden mucho mejor a través de la experiencia directa que de las pantallas. Ver un video de alguien resolviendo un rompecabezas no equivale a hacerlo. Y aun cuando el contenido es educativo, si es demasiado rápido o complejo, el cerebro infantil simplemente no lo procesa bien.


Además, si desde tan temprano los niños se habitúan a recibir estímulos constantes, brillantes y ruidosos, ¿cómo les pedimos luego que presten atención en clase o lean un libro?


Adolescencia y dopamina digital


La adolescencia no se queda atrás. Es una etapa de grandes cambios cerebrales, donde las emociones y la búsqueda de gratificación están a flor de piel. Aquí, el contenido adictivo –como los videos virales, los retos absurdos o los filtros de belleza imposibles– encuentra terreno fértil.


El problema es que, mientras el cerebro adolescente busca recompensas inmediatas, las áreas responsables del autocontrol y la reflexión se desarrollan más lentamente. Así, se crea un desbalance que puede afectar la toma de decisiones, el manejo de emociones y la capacidad para lidiar con la frustración.


Otra crisis, igual de preocupante pero mucho menos visible, golpea a millones de niños en América Latina y que podría verse agravada con el brainrot, es la falta de comprensión lectora; cuatro de cada cinco estudiantes de sexto grado no entienden lo que leen. Así lo advierte un informe del Banco Mundial y Unicef.


Si no pueden comprender lo que leen, ¿cómo van a distinguir entre contenido valioso y ruido digital?


¿El resultado? Jóvenes hiperconectados, pero desconcentrados. Muy informados, pero sin criterio. Con miles de seguidores, pero con dificultades para sostener una conversación cara a cara.


¿Estamos a tiempo?


Claro que no todo está perdido. La tecnología no es el enemigo. El problema es el uso indiscriminado, sin supervisión, sin propósito. Necesitamos enseñar a los niños y adolescentes a usar el mundo digital como herramienta, no como evasión.


Eso empieza en casa, con límites claros. Continúa en la escuela, donde los docentes deberían educar también sobre cómo pensar críticamente en la era de la sobreinformación. Y pasa por asumir que no todo lo que entretiene educa, y que el descanso mental también implica desconectarse.


Si seguimos normalizando el brainrot, no solo perderemos la atención y la creatividad: perderemos generaciones enteras que ya no sabrán qué hacer con el silencio, con el aburrimiento… o con sus propios pensamientos.

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